El otro día comentaba en este espacio cuáles eran --a mi criterio, obviamente-- las cosas que un hombre necesitaba para vivir y ser feliz. Y hoy, "casualmente" (las comillas van porque los que me conocen saben que no creo en las casualidades) encuentro en mis archivos una edición en papel del diario Clarín del año pasado, donde el escritor Marcelo A. Moreno comentaba algo al respecto que me pareció piola (¡al fin coincido en algo con Marcelo A. Moreno...!). Y recién entré a la Web de Clarín, busqué la nota y acá se las copio. Espero la disfruten.
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DISPARADOR
Tácticas para gambetear la publicitada trampa de los deseos artificiales
Marcelo A. Moreno
mmoreno@clarin.com
¿Cómo era la vida sin mail? ¿Y sin celular? ¿Y sin freezer? ¿Puedo reconstruir los trabajosos pasos que debía dar para hacer una consulta en una biblioteca cuando ahora simplemente tipeo una palabra en la computadora y entro en una biblioteca —Internet— infinitamente mayor que cualquier biblioteca siquiera soñada hasta hace, digamos, una década? Y yendo sólo unas páginas más atrás: ¿cómo era escribir sin computadora, sin impresora, al correr de la máquina y con papel carbónico, que manchaba y se rompía?
A lo bueno nos acostumbramos con alarmante soltura. Y lo malo de lo bueno es que nos hace ver como imprescindibles cosas que no lo son. Que no lo fueron durante siglos y siglos.
Hace años conocí a un hombre que sacaba fotocopias. El tipo se quejaba por la cantidad de trabajo que le encargaban. Y sentenciaba: "Al fin y al cabo, Napoleón pudo hacer todas sus campañas sin fotocopiadora." Lo que quería expresar, oscuramente, era que las hazañas son posibles aun sin nuestros cacharros tecnológicos.
Vivimos inmersos en una sociedad que nos requiere compulsivamente en el papel de consumidores compulsivos y que no cesa de ofrecernos en venta cómodos e ingeniosos cachivaches. Hasta ahí, todo bien. El problema es cuando tanta publicidad nos adormece: así terminamos soñando una confusión por la cual no podemos vivir sin el último prodigio electrónico. Y nos vemos tan urgidos por asegurarnos de él como si se tratara de un alimento o un afecto.
Mozart pudo escribir "Don Giovanni" en una sociedad que se las arreglaba sin cámaras digitales, teléfonos o lavarropas. Y de la Roma del siglo I quedan múltiples y numerosos testimonios que nos aseguran que se podía ser feliz, aun careciendo de refrigeración, licuadoras, agua corriente y aviones.
El confort no tiene nada de malo; que nos esclavice, en cambio, es malísimo. En realidad, luego de satisfechas las necesidades básicas, entramos en un universo de opciones prescindibles. Y bien lo saben miles y miles de compatriotas que carecen hoy de lo imprescindible.
Por eso también resulta ensordecedor el ruido que generan las constantes apelaciones a que, víctimas de un deseo artificial, sintamos necesidad por lo superfluo. Quizá para silenciarlas sirva la certeza clásica de que la dicha o la desgracia no dependen de las cantidades y las cosas.
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Y hete aquí el link a la nota original en Clarin.com
www.clarin.com/diario/2004/11/07/sociedad/s-04710.htm
Un abrazo,
Claudio Fimiani
www.clauonline.com.ar
www.deArriba.com/default.asp?reff=LTC511
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