martes, 19 de febrero de 2008

Disfrutar nuestro presente, a cada momento

No me gusta la gente que vive a full, en el sentido de necesitar estar corriendo todo el santo día de acá para allá. Creo que esa gente quiere estar en todas y termina no estando en ninguna, quieren estar en todos lados a la vez y no están en ninguno. De verdad no están ni al 70% en ningún lado. Es imposible estarlo si siempre estás apurado, nervioso y jamás te podés relajar, hasta meterte en la cama a dormir a la noche. Y relajarse, estar tranquilo, es absolutamente necesario para estar al 100%, en cuerpo y alma en algún lugar o situación. De lo contrario, simplemente vivís sobrevolando las cosas superficialmente, como la gente de las propagandas. Y creo que, lamentablemente, la mayoría de la
gente vive así en las grandes ciudades... Alienados, siempre apurados, porque no tienen tiempo para nada, nada lo disfrutan a pleno. Viven siempre a los saltos, haciéndose ruido, pensando en el pasado o en el futuro pero jamás en el momento presente, al que le escapan sistemáticamente, por miedo a encontrarse tal vez con ellos mismos y sus verdaderas necesidades y deseos, que aparecen únicamente cuando estamos tranquilos, centrados, en paz y si es posible con largos momentos de soledad y silencio para nosotros y nuestras reflexiones más profundas.

Me gusta, en cambio, la gente tranquila, que tiene sus rituales y los disfruta a pleno, que hace por ahí dos o tres cosas en todo el día, pero esas dos o tres cosas las vive intensa, profundamente, con los dos pies adentro del plato, como si fuese lo más importante de su vida y aunque eso que esté haciendo sea lo más trascendente o la tarea más trivial y rutinaria.

Eso es vivir el presente, el acá y ahora, como si el tiempo se hubiese detenido y sin dejar ni un círculo gestáltico abierto. Poder parar la pelota todas las veces que lo necesitemos, para reflexionar, para saber exactamente dónde estamos parados y si estamos haciendo lo que de verdad deseamos para nosotros. Sin apuros. El mundo puede esperar.

Al principio es cuestión de práctica, de darse permiso primero para
disfrutar de nosotros mismos como nunca antes y sin ninguna tonta culpa cultural heredada y segundo para desaprender gran parte de lo aprendido y aprender a dejar de hacer, a hacer menos pero con más calidad...
Y si te sentás en algún lugar cualquiera sea -aunque estés trabajando o no precisamente descansando en casa de un largo y arduo día- poder relajarte, inspirar profundamente y... ah... sentir el placer de la existencia, desde los pies hasta la cabeza.

Un abrazo,

Klau

Claudio Fimiani
15-6534-1200/4581-9544

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claudio_fimiani@hotmail.com
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lunes, 4 de febrero de 2008

El sexo y la sexualidad

El sexo es hermoso. Siempre: cuerpo a cuerpo, a través de la magia de una webcam, solos o acompañados. De a dos, de a tres, de a cuatro...

Es nuestro único espacio de libertad total y absoluta, el que no lograron arrebatarnos. El sexo y la sexualidad son siempre sagrados, sublimes. Instinto animal mezclado con destellos de conciencia absoluta y de iluminación. El sexo es una deliciosa comunicación con la totalidad, con el Universo, con Dios (o como quieran llamarle). Por eso cuando lo hacemos sentimos que no somos nosotros, que nuestro ego se disuelve y que estamos poseídos por una fuerza poderosísima que hace mover nuestros cuerpos de una manera perfecta, rítmica y sentimos que salimos de nuestros cuerpos, que parecen explotar de energía y locura.

Y también, como mínimo -y si no estamos tan inspirados por las musas del amor y la pasión- es un saludable ejercicio. Es altamente recomendado por los médicos ¡y les aseguro que es mucho mejor que ir al gym...!

No metan los prejuicios, las estructuras racionales y las pautas de normalidad y buenas costumbres de esta fuckin', putrefacta e hipócrita sociedad dentro del sexo. En el sexo vale todo, siempre que sea de común acuerdo, obvio.

El sexo y la sexualidad son siempre puras y sagradas, no deberían permitir que ninguna idea de pecado o culpa les impida disfrutarlo.

Y no existe represión que logre detener su fuerza natural. Todo el que intente reprimir o controlar en exceso su sexualidad se volverá irremediablemente loco, pues estará yendo contra la naturaleza. Recuerden que una inteligencia superior lo creó así y lo hizo tan placentero, tal vez porque es además el generador de la vida.

Gocen libremente y no le pidan permiso a su papá o mamá para ver cómo tienen que hacerlo correctamente.

No sean pacatos, abran la cabeza y crezcan. Disfruten sin culpas ni tabúes pelotudos de la Edad Media. No pasa nada.

Va de onda.

Un abrazo,

Klau

Claudio Fimiani
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