Como todos sabemos, por estos días, se cumplen cuatro años desde esa movida.Recuerdo la sensación que me embargaba. Una profunda emoción, mezclada con bronca, pasión, euforia y libertad. Tanto que no podía creer lo que estaba viviendo. ¡El Mayo Francés del '68 en la esquina de mi casa! ¿Quién lo hubiese dicho?Lástima que, finalmente, todo fue "hasta ahí". Porque hubiese sido bueno aprovechar esa crisis para cambiar las cosas a fondo y desde la raíz. Y no, como ha pasado, que se cambió algo para que en el fondo nada cambie.
Poniendo ahora una cuota de humor -sin duda una de las más grandes virtudes de los argentinos y más aún los porteños- creo que la consigna que se escuchaba en las calles en aquellos días, "¡Que se vayan todos!", estaba inconscientemente predestinada al fracaso ya desde su formulación, pues se contradecía a sí misma. Porque, por un lado, proclamaba "Que se vayan todos" y, por el otro, demandaba "Que no quede uno solo". Y si uno entiende ese "uno" como quien dice "Uno busca lleno de esperanzas", o sea como un "yo", lo que se entiende es "Que no me quede yo solo", por lo tanto, que no se vayan todos.
Como sea, Dios quiera que tanta sangre derramada haya servido para algo. Y desde estas páginas, les doy humilde y avergonzadamente las gracias a todos aquellos que en esos gloriosos días han dado su vida -una vez más- por nuestro querido país.
Un abrazo,
Claudio Fimiani
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