¿O son una agresión disfrazada, un simple ejercicio de descarga de los cosquilleros profesionales...?
La otra noche hablábamos con una... "amiga" (Bah, con una amiga con derecho a roce profundo o amigovia, porque sinceramente a esta altura del partido, no creo en algo que pueda denominarse amistad así en estado puro entre un hombre y una mujer, a menos claro que los amigos en cuestión ya hayan tenido una "historia" o alguna aventurilla juntos y ese deseo haya sido totalmente superado..., pero esto ya es harina de otro costal y tema ¡y qué temita! para otro/s capítulo/s...) sobre esto de la gente que hace cosquillas como demostración de afecto o mimos.
Ella coincidía conmigo en que no hay cosa que produzca más tensión, nerviosismo y enojo que las cosquillas.
Y ojito, que yo no soy precisamente un tipo frío, distante, choto, de esos cerrados que cruzados de brazos, en posición desafiante o en el mejor de los casos a la defensiva cual si estuviesen en medio de una guerra, te miran "de coté", así como cabezeando, enarbolando su peor cara de traste --aunque esto es incorrecto, porque en general, los trastes son muy lindos-- y te dicen con un tono neutro, inanimado, que hasta un muerto lo diría con más onda y vitalidad: "Qué hacés, boló... ¿Too ién...?" o algo por el estilo, pero siempre sin poner el cuerpo ni comprometerse en absoluto, ¡ni siquiera un poco! Repito: no soy precisamente así, por si no quedó claro... Soy un tipo cariñoso, afectuoso, comunicativo y expresivo y si estoy particularmente inspirado, incluso puedo llegar a ser hermosamente franelero. Demás está aclarar que amo ser así porque lo creo fundamental, saludable y bello.
Pero eso sí: ¡no me hagas cosquillas, porque se pudre todo! así, ¡mal!
Y aunque esté con la mejor de las ondas, en el mejor de los días y estados de ánimo... ¡te puedo llegar a recontra reputear! ¡De onda, eh! ¡Me pongo muy del culo...! No sé muy bien porqué, pero me pongo así, che.
Puedo incluso llegar a dar alguna piña así al boleo, para defenderme. Porque no hay cosa peor para mí que una casi siempre sorpresiva y certera mano cosquillera e invasora en el medio de la panza, cintura o alrededores...
Y claro... los cosquilleros de turno se nos ofenden, pobres, porque ellos no tenían otra intención más que hacernos reir, mimarnos, jugar un poco con nuestro niño interior...
Pero a no equivocarse, señoras y señores: los cosquilleros compulsivos no son inocentes y juguetones, simples seres abraceros, mimosones y franeleros, como uno. Son verdaderos perversos y pequeños sádicos que andan por ahí disfrazados de ovejitas pero bien que disfrutan viéndonos sufrir y retorcernos, víctimas de sus "ataques de dedos", aunque a veces de los mismos nervios esbocemos una tensa y horrible sonrisa de hiena.
Una excepción a la regla, como siempre: a la única persona que le permitía eso y que realmente me hacía reir de felicidad porque realmente lo hacía con verdadero amor, inocencia y delicadeza, es a mi querida madre (quien ahora seguramente descansa en Dios). Pero más allá de ella, le digo NO a las cosquillas. Porque la verdad que lo único que tiene de alegre y divertido esta extraña práctica o demostración de afecto de algunos humanos ¡es la palabra...!
Un abrazo,
Claudio Fimiani
www.clauonline.com.ar
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