jueves, 18 de agosto de 2005

Las cosquillas, ¿realmente hacen reir...?

¿O son una agresión disfrazada, un simple ejercicio de descarga de los cosquilleros profesionales...?

La otra noche hablábamos con una... "amiga" (Bah, con una amiga con derecho a roce profundo o amigovia, porque sinceramente a esta altura del partido, no creo en algo que pueda denominarse amistad así en estado puro entre un hombre y una mujer, a menos claro que los amigos en cuestión ya hayan tenido una "historia" o alguna aventurilla juntos y ese deseo haya sido totalmente superado..., pero esto ya es harina de otro costal y tema ¡y qué temita! para otro/s capítulo/s...) sobre esto de la gente que hace cosquillas como demostración de afecto o mimos.

Ella coincidía conmigo en que no hay cosa que produzca más tensión, nerviosismo y enojo que las cosquillas.

Y ojito, que yo no soy precisamente un tipo frío, distante, choto, de esos cerrados que cruzados de brazos, en posición desafiante o en el mejor de los casos a la defensiva cual si estuviesen en medio de una guerra, te miran "de coté", así como cabezeando, enarbolando su peor cara de traste --aunque esto es incorrecto, porque en general, los trastes son muy lindos-- y te dicen con un tono neutro, inanimado, que hasta un muerto lo diría con más onda y vitalidad: "Qué hacés, boló... ¿Too ién...?" o algo por el estilo, pero siempre sin poner el cuerpo ni comprometerse en absoluto, ¡ni siquiera un poco! Repito: no soy precisamente así, por si no quedó claro... Soy un tipo cariñoso, afectuoso, comunicativo y expresivo y si estoy particularmente inspirado, incluso puedo llegar a ser hermosamente franelero. Demás está aclarar que amo ser así porque lo creo fundamental, saludable y bello.

Pero eso sí: ¡no me hagas cosquillas, porque se pudre todo! así, ¡mal!

Y aunque esté con la mejor de las ondas, en el mejor de los días y estados de ánimo... ¡te puedo llegar a recontra reputear! ¡De onda, eh! ¡Me pongo muy del culo...! No sé muy bien porqué, pero me pongo así, che.

Puedo incluso llegar a dar alguna piña así al boleo, para defenderme. Porque no hay cosa peor para mí que una casi siempre sorpresiva y certera mano cosquillera e invasora en el medio de la panza, cintura o alrededores...

Y claro... los cosquilleros de turno se nos ofenden, pobres, porque ellos no tenían otra intención más que hacernos reir, mimarnos, jugar un poco con nuestro niño interior...

Pero a no equivocarse, señoras y señores: los cosquilleros compulsivos no son inocentes y juguetones, simples seres abraceros, mimosones y franeleros, como uno. Son verdaderos perversos y pequeños sádicos que andan por ahí disfrazados de ovejitas pero bien que disfrutan viéndonos sufrir y retorcernos, víctimas de sus "ataques de dedos", aunque a veces de los mismos nervios esbocemos una tensa y horrible sonrisa de hiena.

Una excepción a la regla, como siempre: a la única persona que le permitía eso y que realmente me hacía reir de felicidad porque realmente lo hacía con verdadero amor, inocencia y delicadeza, es a mi querida madre (quien ahora seguramente descansa en Dios). Pero más allá de ella, le digo NO a las cosquillas. Porque la verdad que lo único que tiene de alegre y divertido esta extraña práctica o demostración de afecto de algunos humanos ¡es la palabra...!

Un abrazo,

Claudio Fimiani
www.clauonline.com.ar
www.deArriba.com/default.asp?reff=LTC511

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