Aquella amiga japonesa
Mucho se ha dicho y escrito -y aún se dice y escribe- desde hace miles de años acerca de las virtudes de los orientales en el campo de la sexualidad. Tanto, que ya se ha convertido en un gran mito. Pero al menos puedo dar fe que con las japonesas es así nomás.
Hace unos años, cuando el ICQ -"San ICQ", como lo llamaba yo por todas las alegrías que me daba- hacía furor y el MSN recién surgía -por el 2000, aproximadamente- tuve el honor de que el programa de la florcita me hiciera conocer a una muchacha de tales características -ella no pasaba los 20 años, yo andaba por los 33-, como las geishas de las películas pero moderna, super simpática y buena persona, encantadora y gauchita, siempre sonriente y con la peculiaridad de hablar en perfecto porteño. Me acuerdo que en la primera cita se me vino a casa -como si con su presencia fuese poco-, ¡con dos bolsas del almacén de enfrente llenas de ingredientes para hacer picada y un par de birras heladas! Obviamente no diré su nombre por respeto a su intimidad, pero sí puedo decir que se vino desde el barrio de San Martín en el GBA hasta Caballito con la mejor onda y que además de bellísima y todo lo que detallé anteriormente, fue una de mis mejores amantes. Y eso que las tuve muy buenas, eh... No sé si me explico...
Particularmente era 20 puntos sobre 10 en algunas áreas... ¿cómo decirlo sin ser zarpado ni caer en el lugar común...? emmm... ¿Tradiciones orales...? Nunca en mi vida experimenté algo igual. Y no existen palabras para describir lo que viví con ella.
Insisto, la japonecita fue una de las más inolvidables amantes en mi vida. Y en esa época en que tenía demasiadas minas, más de las que podía atender, la descuidé por cheronca. Y años después la busqué, pero ya le había perdido el rastro...
Un abrazo,
Claudio Fimiani
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