gente vive así en las grandes ciudades... Alienados, siempre apurados, porque no tienen tiempo para nada, nada lo disfrutan a pleno. Viven siempre a los saltos, haciéndose ruido, pensando en el pasado o en el futuro pero jamás en el momento presente, al que le escapan sistemáticamente, por miedo a encontrarse tal vez con ellos mismos y sus verdaderas necesidades y deseos, que aparecen únicamente cuando estamos tranquilos, centrados, en paz y si es posible con largos momentos de soledad y silencio para nosotros y nuestras reflexiones más profundas.
Me gusta, en cambio, la gente tranquila, que tiene sus rituales y los disfruta a pleno, que hace por ahí dos o tres cosas en todo el día, pero esas dos o tres cosas las vive intensa, profundamente, con los dos pies adentro del plato, como si fuese lo más importante de su vida y aunque eso que esté haciendo sea lo más trascendente o la tarea más trivial y rutinaria.
Eso es vivir el presente, el acá y ahora, como si el tiempo se hubiese detenido y sin dejar ni un círculo gestáltico abierto. Poder parar la pelota todas las veces que lo necesitemos, para reflexionar, para saber exactamente dónde estamos parados y si estamos haciendo lo que de verdad deseamos para nosotros. Sin apuros. El mundo puede esperar.
Al principio es cuestión de práctica, de darse permiso primero para
disfrutar de nosotros mismos como nunca antes y sin ninguna tonta culpa cultural heredada y segundo para desaprender gran parte de lo aprendido y aprender a dejar de hacer, a hacer menos pero con más calidad...
Y si te sentás en algún lugar cualquiera sea -aunque estés trabajando o no precisamente descansando en casa de un largo y arduo día- poder relajarte, inspirar profundamente y... ah... sentir el placer de la existencia, desde los pies hasta la cabeza.
Un abrazo,
Klau
Claudio Fimiani
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